Hawái era ese lugar geográfico que conocí a través de un relato en una clase de historia, cuando la profesora comenzó a hablar de cómo los japoneses atacaron la base naval de los estadounidenses en Pearl Harbor, Hawái, y esto había sido el detonante para que los Estados Unidos entraran en el conflicto bélico más grande de la historia: la Segunda Guerra Mundial.
Esta isla en el Pacífico, con una fuerte influencia polinesia, ubicada al occidente de Estados Unidos, también era ese caro y paradisíaco lugar que veía en la televisión mientras crecía. Con series como Lilo y Stitch y películas como 50 primeras citas y Desafío sobre olas, y por supuesto, con el traje típico que las hawaianas usan para bailar el hula. Todo esto incrementó mi deseo de algún día visitarla.
Pero Hawái llamó mucho más mi atención cuando vi la película Esposa de mentiras, protagonizada por Adam Sandler y Jennifer Aniston. En esta película, Sandler hace pasar a Aniston y a sus hijos por su familia, quienes (los hijos de Aniston) negocian el trato con un viaje a Hawái para nadar con los delfines, todo esto solo para conquistar el corazón de una bella y joven mujer. Las campañas de marketing de los estadounidenses son verdaderamente efectivas.
A pesar de estar en mi imaginaria lista de deseos, no me imaginé que mi primer viaje dentro de los Estados Unidos fuera a Hawái. Después de tres meses lidiando con el invierno, en la Semana Santa o “receso de Primavera”, como en Estados Unidos lo llaman, aterricé en una de las islas del archipiélago de Hawái. ¡Ni yo misma me lo creía!
Durante un mes, organicé todos los outfits, busqué recomendaciones de qué hacer, marqué los lugares en Google Maps y hasta me uní a un grupo de Facebook, donde hice una publicación y recibí muchos comentarios y mensajes privados. Todo iba de maravilla, el viaje a Maui sería inolvidable.
Una semana antes de viajar, recibí un correo electrónico con mis tiquetes de abordar. Los tiquetes decían SAN JOSÉ, CALIFORNIA – LIHUE, KAUAI, HAWAI.
- ¿Kauai?
- Pero si yo voy a Maui, me dije a mí misma sorprendida.
Según Wikipedia, Hawái es un archipiélago formado por 19 islas y atolones, además de islotes, arrecifes y bancos de arena, de las cuales, solo islas ocho estan habitadas.
Resulta que mi inglés me jugó en contra al confundir los nombres de las islas y Dale, el bartender que me recomendó Christina Johnson en el grupo de Facebook al que me uní, aún debe estar esperándome en el Tiki Bar del Kaanapali Beach Hotel, porque yo nunca aparecí.
De esta manera, fui a pasar la Semana Santa en la tierra de Bethany Hamilton, la surfista a quien un tiburón le arrancó un brazo, historia que inspiró la película Desafío sobre olas. Muy buena película, por cierto.
Como era de esperarse y, a pesar de mi confusión, Kauai me robó el corazón. Kauai es una pequeña y acogedora isla en la que los edificios y construcciones están corroídos por el salitre del inmenso océano Pacífico, lo que da la sensación de estar en total abandono. El majestuoso azul del océano, que choca de frente con la verde y esplendorosa jungla, te deja atónito ante tanta belleza. La vida en la isla parece sabrosa, tranquila y lenta.
Se comienza el día bien temprano para ver el amanecer, se nada en el océano, cuyas aguas yo esperaba que estuvieran mucho más cálidas que en California, pero no estaban tan cálidas como en Covenas. Se va al mercado público por fruta (todas saben a mango), se camina por la jungla por pura diversión, entre humedad, mosquitos y gallitos, buscando las cascadas de Jurassic Park, para luego almorzar cerca de un cañón que, en su inmensidad, parece una pintura de óleo colgada en el cielo, y te enamoras una y otra vez.
Entre mis ideas de qué hacer en mis vacaciones en Hawái, decidí alquilar una bicicleta, pensando que sería el vehículo ideal para recorrer la isla a mi propio ritmo, pero nada salió como yo había pensado. Caminé como dos horas para llegar al lugar donde rentaban las bicicletas, porque no había transporte público para esos lados de la isla. Luego de alquilarla, almorcé y tomé la bici para volver al hotel. Hice algunas paradas cerca de la playa para nadar y tomar fotos y seguí por mi camino. Hasta ese punto había andado por la cicloruta, hasta que se acabó, y lo único que me quedó fue arrastrar la bicicleta por toda la playa hasta llegar al hotel. La bicicleta era de llantas delgadas y la arena me hacía caer una y otra vez. Afortunadamente, a mitad de camino, encontré un campo de golf y utilicé el camino pavimentado que usan los caddies para poder llegar al hotel. Iba a toda velocidad y con el corazón en la mano porque temía un llamado de atención.
Después de bailar champeta para ambientar las vacaciones, comer mucho pescado y muchas frutas, tomar el sol como las tortugas relajadas en la playa, corretear muchos gallos quiriquís (la isla está repleta de estos gallitos) y comprobar la realidad de los escenarios de las películas rodadas en Hawái, puedo decir que la espera valió la pena y que Hawái es mucho más bonito de lo que muestran en las películas.