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Buscando a los Padres

Mi papá, un superfánatico de la pelota caliente, solía tener una gorra negra con unas lindas letras cursivas en blanco que decían “PADRES”. Al principio creía que hacía referencia al rol que estaba desempeñando en nuestra familia, pero más tarde me enteré de que era el nombre del equipo de béisbol de Grandes Ligas perteneciente a la ciudad de San Diego, California, en Estados Unidos.

Inspirada por el amor al béisbol o al sóftbol que acompaña a mi papá desde sus días de estudiante universitario, y en honor a todas esas tardes cuando en familia íbamos al estadio a ver los juegos de la liga colombiana de béisbol, emprendí mi camino hacia los Padres con la esperanza de conocer el terreno para que, posteriormente, él se sentara una vez más en una tarde de verano a ver béisbol de grandes ligas, como lo hacía mientras yo crecía, pero esta vez en vivo y en directo.

San Diego es una ciudad costera ubicada al sur del estado de California, popular por sus playas, el zoológico, el parque temático SeaWorld, una descomunal flota naval activa y por estar a unos pasos de la frontera con México, lo cual le permite estar fuertemente influenciada por la cultura mexicana.

Mi aventura comenzó en Oceanside, una ciudad costera al norte de San Diego, muy popular entre los surfistas que llegaban desde muy temprano a la playa. Mientras la manana seguia trancurriendo familias de toda indole hacian su aparicion en la playa con carpas, pelotas, hieleras, mucha comida, juegos, silla y mesas para pasar todo el dia frente al mar.

En los malecones, tanto turistas como locales caminaban o simplemente se sentaban a admirar el paisaje, mientras que los pescadores aficionados, empedernidos en su pasión, divertian a una multitud de curiosos que formaban un jolgorio cuando el desafortunado pescado picaba el anzuelo, para luego ser escamado y destripado en los puntos especiales que tenía el muelle.

Al día siguiente, decidí seguir explorando y de Oceanside me trasladé a San Diego. Localicé la estación de tren más cercana con la ayuda del teléfono, inspeccioné las rutas y compré los tickets a través de una aplicación. Una hora después, había llegado a San Diego, y usando un sombrerito de animal print, inicié mi nueva aventura desplazándome a toda velocidad en una scooter (monopatín eléctrico) por las amplias calles de la ciudad rumbo al zoológico de San Diego. En este espectacular recorrido me perdí y, llena de indignación, me tocó bajarme de la scooter y pedir un Uber para llegar a mi destino.

El zoológico era enorme y estaba atestado de gente. Quedé fascinada con la majestuosidad del rey de la selva y su reina; fue impresionante ver a los gorilas y darme cuenta de lo mucho que se parecen a los seres humanos. Las elegantes jirafas se paseaban de un lado a otro con pasos lentos pero seguros, comiendo las hojas más altas de los árboles. Los feroces felinos apenas se dejaron ver, mientras que los osos de Yosemite no paraban de rascarse en sus prototipos de cuevas. Los primates daban espectáculos, balanceándose de una rama a otra, y la mayoría de las aves se zambullían en el agua para refrescarse del caluroso día de verano en la Baja California.

Entre los más de 4,000 animales de más de 800 especies distintas con los que cuenta el zoológico, vi ojos clamando por atención, pero también vi ojos frustrados, asustados y llenos de estrés.

Mi parte favorita fue encontrar en un estanque de flamencos una pareja de chavaris (aves que habitan en la zona cenagosa de la Depresión Momposina colombiana). Estos feroces e inseparables animales, que tienen plumas y pelos, me hicieron recordar los mejores días de mi vida, cuando mis hermanos y yo los azuzábamos en la finca San Ramón al ir a visitar a la abuela Tita y al abuelo Cristo. En ese momento, el enlace de mis recuerdos me hizo comprender lo afortunada y bendecida que he sido.

Mi día terminó en un Dunkin’ Donuts. Después de siete meses, por fin las había encontrado. Comí y llevé media docena de vuelta al hotel. Tengo que confesar que las donas de Dunkin’ Donuts en Colombia son mucho más ricas que las de Estados Unidos.

Caminé de vuelta a la estación de tren, llena de alegría y azúcar procesada corriendo por mis venas, mientras tomaba fotos y admiraba la ciudad. Al llegar a la estación, muy de repente, una señora me detuvo y me pidió que le diera una dona. Un poco confundida y asustada, metí rápidamente la mano en la bolsa, tomé una dona al azar, la obsequié y me alejé lo más pronto posible.

A pesar de que Estados Unidos es un país mas seguro que Colombia, hay cosas que asustan, y la presencia de los habitantes de la calle me altera mucho. En este viaje me topé con muchos de ellos, muchos más de los que me había encontrado en viajes anteriores. Algunos tranquilos y otros descontrolados, peleando y mentándose la madre. Era en esos momentos cuando me agarraba de todos los santos, cambiaba mi ruta o caminaba al lado de alguien para que no creyeran que iba sola.

Desafortunadamente, esto es consecuencia de muchos factores, como el alcoholismo y la adicción a sustancias alucinógenas, pero sobre todo al alto precio de las rentas de casas en Estados Unidos que, año tras año, dejan a millones de personas sin hogar, obligándolas, a muchas de ellas, a vivir en la calle. El estado de California tiene la cifra más alta de personas sin hogar en el país, según Los Angeles Times.

Finalmente, en mi último día, las letras cursivas de la gorra negra vieron la luz y estaba en camino de descifrar el enigma y encontrar a “Los Padres”, conociendo más sobre ellos y el origen de su nombre.

Llena de curiosidad, me preguntaba cómo en la MLB (Major League Baseball) podía haber un equipo con un nombre en español. A menudo, mientras mi papá veía los partidos en la televisión, escuchaba mencionar a los famosísimos Yankees (Nueva York), Giants (San Francisco), Braves (Atlanta), Marlins (Miami), Indians (Cleveland), Cubs (Chicago) y luego saltaba de repente a los Padres, pronunciado de manera muy chistosa por un locutor gringo al que le costaba pronunciar la R. (Los equipos anteriores fueron intencionalmente mencionados ya que cuentan con uno o más jugadores colombianos en la actualidad).

Volví a San Diego, pero esta vez para visitar el Petco Park, hogar de Los Padres. Un gigantesco estadio con capacidad para albergar a casi toda la población sanmarquera. El estadio cuenta con un museo, tiendas de ropa y un montón de puestos de comida y cerveza, con precios por las nubes.

El primer estadio de béisbol de Grandes Ligas que pisé fue el Oracle Park, casa de los San Francisco Giants, un día que, por accidente, llegué a un festival para los fanáticos. Mis ojos se aguaron y mi piel se erizó al entrar al estadio. Me llené de tanta emoción por mí y por mi papá que le envié como 100 mil fotos y hasta lo llamé para hacerle un tour por las instalaciones del majestuoso parque de pelota.

Pero disfrutar de mi primer juego de Grandes Ligas con Los Padres de San Diego fue una experiencia fantástica e inolvidable. Los fanáticos disfrutaban tranquilamente del juego, comiendo, hablando y mostrando sus mejores movimientos dancísticos para salir en la pantalla gigante. La algarabía se apoderaba del parque de pelota cada vez que llegaba el turno al bate del tercera base de Los Padres, “el ministro”, Manny Machado. La ovación y la emoción eran auténtica.

En febrero de 2019, el dominicano Manny Machado firmó un contrato de diez años con Los Padres de San Diego por 300 millones de dólares, posicionándolo en el puesto número 5 del top de los cien deportistas mejor pagados de América del Norte.

El enigma de la gorra negra llegó a su fin cuando un gracioso monje de peluche subió a las gradas a saludar, lanzar camisetas y tomarse fotos con los fanáticos. Era la mascota de Los Padres de San Diego. Así me enteré de que el equipo de Grandes Ligas había tomado su nombre en honor a los fundadores de San Diego: los frailes franciscanos españoles.

Satisfecha con mi encuentro con Los Padres, aún me quedaba algo de tiempo en mi aventura y me dirigí al Old Town San Diego, una réplica de un vecindario de la vieja y primitiva ciudad. Me sentí como si estuviera caminando en un vecindario mexicano lleno de museos, hoteles, restaurantes y tiendas con artesanías y ropa.

Al final del recorrido por el viejo San Diego, me deleité con una cazuela de mariscos al mejor estilo mexicano, con mucho picante, y un cóctel llamado Riviera Maya el cual contenia mucho Tequila y mucha azucar.

La gorra negra, que en manos de mi papá vio perder la Serie Mundial a su equipo, iba al colegio por las tardes, correteaba por los chavaris en la finca y nos rozaba la cabeza cada vez que papi nos abrazaba, ha perdido protagonismo. Ahora se encuentra colgada de un perchero que construyó mi papá para coleccionar gorras; está aguada, descolorida y se le ha descosido la letra “D” de su lindo bordado, pero tiene el mejor lugar en el corazón de mi papá y en el mío.

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